Recuerdos de un horror
Era oscuro, todos estábamos allí, encerrados, parecía que no
había cielo en aquel lugar, solo el infierno al que nos condenaban esos
fanáticos, a este lugar lo llamaron Auschwitz, nombre que aún hoy me sigue
dando escalofríos.
Acabé allí por ser judío como otros tantos, como muchos
otros, que fuimos a parar a ese infierno, en ese lugar de tortura donde parecía
que el sol no salía, donde todo se encerraba en una oscuridad, alejada de la
mano de dios.
Cada día que pasé en ese lugar, lo recuerdo como si fuera
ayer, a pesar de que los años hayan pasado y que mi memoria no es la que era,
pero recuerdo todo, esas imágenes estarán grabadas hasta la llegada de mi
último suspiro.
Recuerdo a un niño, un niño, que había logrado escapar a la
suerte de las cámaras de gas, con una mirada que conmovería a cualquier humano
con alma, por supuesto Heinrich Himmler no la tenía, solo con que tus ojos le
devolvieran la mirada, notabas que tu corazón se aceleraba, si veías que venía
hacia ti, empezaba a temblar todo tu cuerpo porque sabías lo que te esperaba, o
bien una muerte desagradable, que desde luego era mejor que vivir en ese lugar,
o bien una paliza, porque le apetecía desahogarse con algún divertimento, y -¿qué
hay mejor que pegar a un judío?-se diría ese indeseable. A ese niño le pegó
hasta que la sangre le corrió por la boca, hasta que sus ojos se inyectaron en
el mismo líquido que también le salía por la nariz, hasta que se tuvo que
arrastrar porque ya sus piernas no podían caminar más. Luego recuerdo lo que
hizo, y cada vez que me vienen esas imágenes veo que las lágrimas vuelven a
aparecer, como en ese momento ya se mostraron. Sin expresar el mínimo de
compasión, ese desgraciado cogió su cuchillo, agarró al pequeño y le puso el arma
en el cuello y lo cortó hasta que el corte fue demasiado profundo, cayendo al
suelo desangrándose poco a poco hasta que palideció y sus últimos hálitos
fueron vistos por todos los allí presentes con las lágrimas que empapaban
nuestros rostros.
La mayoría de los que estábamos allí, éramos judíos, pero
también había prisioneros de guerra estadounidenses, ingleses y soviéticos, a
todos nos trataban como a escoria, algunos morían en el trayecto a este campo
de la muerte, en el viaje no daban ni agua ni comida. En ese trayecto vi morir
a mi mejor amigo, quizá fue lo mejor para él no podría haber soportado como se
vivía en Auschwitz. Sin embargo, no merecía acabar arrojado por la puerta del tren como
si fuera simple mierda de la que hay que deshacerse.
Cuando apareció el ejército soviético, en enero del 45,
todos los que estábamos allí, mirábamos sin poder creerlo, hacía tiempo que la
esperanza de salvarnos y no morir en las temibles cámaras de gas había
desaparecido, las lágrimas de todos nosotros corrieron por nuestros ojos
incrédulos de lo que estaba pasando, los nazis estaban perdiendo y todos, casi
todos, fuimos liberados. Aún recuerdo la gente que murió antes de la liberación
del campo, los malnacidos mataron a cuantos pudieron antes de irse ellos a la
tumba, se oyeron en esos últimos momentos gritos de dolor, gritos de
desesperación, pero después todo quedó en silencio, un silencio sepulcral, por
fin estábamos libres y podré y todos los que estuvimos allí podríamos decir que
resistimos y sobrevivimos al peor de los infiernos donde pueda estar un ser
humano, seres humanos que luchaban por la dignidad, dignidad que nos
arrebataron durante un tiempo que se nos hizo eterno y por el derecho más
inviolable que pueda haber, la libertad, libertad de la que nos privaron
durante demasiado tiempo y a otros para siempre, a los que siempre tendré en
memoria.
Aun hoy después de muchos años y muchas experiencias, unas
malas y otras buenas, no puedo pisar a lo que han declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco,
no quiero revivir más esos recuerdos del horror, que marcaron la vida a muchas
generaciones y a otros sencillamente se la arrebataron.

Comentarios
Publicar un comentario